martes, noviembre 13, 2018

Apología de Silvia Pérez


1.- La Silvia fue amiga de mi mamá por 40 años. Digo fue porque supimos ayer que tiene Alzheimer y ya no reconoce ni a sus hijos. Vive en Francia. También olvidó el francés.

2.- La Silvia fue una mujer que nació en la década del 40 en Chonchi (Chiloé). Su vida pasó de reina de la primavera a casarse con el ingeniero de la zona, de la montonera de hijos que tuvo al feminismo que le hizo tejer una rebeldía algo tardía (cuando recién pudo rebelarse) a vivir en París. Todo en una vida. Adivinen cuál era su destino.

3.- Adoptó a mi mamá cuando coincidieron en Antofagasta, haciendo patria en el norte como sugería el programa de la UP. Nosotros la adoptamos cuando decidió, por primera vez en su vida, no ser lo que se suponía que tenía que ser como madre chilota. Sus hijos no le perdonaron nunca ese abandono, pero tampoco recordaron los años donde les tejió hasta las zapatillas. 

4.- En Antofagasta vivieron el golpe juntas, mi mamá alojó en su casa cuando allanaron su edificio, "el curvo", el único que existía en 1973. Juntas también pasaron la dictadura. Estaban juntas el día que allanaron la casa de la Silvia en la villa La Católica. Buscaban un maletín con plata que estaba debajo de una cama. Escucharon los golpes, en un segundo tomaron el maletín, a su hija menor, abrieron una sábana, echaron la plata y a la Maissú. La enrollaron en ella y entraron los milicos. Rompieron todo, las insultaron y amenazaron, encontraron un maletín, pero a nadie se le ocurrió pensar que el dinero estaba al frente con la Maissú, que lloraba. Juntas también ordenaron la casa después.

5.- La Silvia perteneció a ese patrimonio de mi infancia, donde crecí a la luz y sombra de mujeres que les pasaban cosas y hacían otras suceder. No eran lo que uno definiría bueno; porque habían amantes, pololeos con curas, esquizofrenia, ataques de colon, abandonos, hermanos de la CNI, el pololo de la hija mató a Fontaine y ella misma participó en el secuestro de Edwards. Todo envuelto en la violencia cotidiana de esos días, con sus ambages y medias tintas, por lo que al otro día había que levantarse a desayunar y saber que tu hermano buscaba a tu hija.

6.- Quizás lo más difícil de comprender es lo ambigüo. Para mi observar que el amor podía darse con un cura, que podías querer a tus hijos y dejarlos, que tu hermano podía ser de la policía secreta y después, entre arrepentido y curado, ellos mismos te podían matar para que no hablaras de más. Y sus hijos, tan fanáticos, derepente ser víctimas y refugiados. Que tu hija podía ser del frente, tu ayudista, ser hijo indebido y las mujeres que más quieres, la otra de hombres considerados intachables. Ahí rompiendo familias, las mejores mujeres que conocí.

7.- Conocí por la Silvia, mi Nanita y mi Mamá que las cosas no son unívocas, no siempre son razonables y sobre todo, la mayoría de las cosas que importan, no son lineales, no son sólo una cosa, son miles y contradictorias, son en la medida que se puede, con lo que alcanza, con las bondades y el egoísmo de luchar por algo que se cree propio. Son ellas las que me traspasaron una manera de querer los defectos, de encariñarse con las miserias, de aceptarse en una diferencia, porque pude ver a través de ellas las distancias que separan lo ideal de lo cotidiano.

8.- La última vez que se vieron, mi mamá se enojó con ella. Estaba muy perdida, muy egocéntrica, muy hinchabolas (digamos, más de lo normal). Se pelearon y decidieron tomar distancia. Creo que fue hace hace 10 años. No hablaron más. ¿Por qué? Porque esas cosas pasan, hay amistades que no se reconcilian y abandonos que no se perdonan. Hay amistades que se apagan, como su memoria, que decidió pasar de los últimos 20 años en París para volver a un español primitivo que todavía su cerebro aloja. Entiendo el dolor de mi madre, con ella se van 40 años, una pertenencia, un sentido de lo que fuimos, amigas, y hoy, en el silencio, al igual que las ambigüedades, sopesa la tristeza como una mera nostalgia, como algo que fue tan lindo e íntimo, pero que también ya fue y con eso, sonreírse junto a las heridas.

Semblanza de Berta Correa.



1.- Berta Correa fue la abuela amada de mi mamá. Era una señora grande, que se empinada sobre los 100 kilos y por debajo del metro 55. Era una mujer brillante, que hasta el final de sus días requirió que sus hijos y nietos, después de titulados, le expusieran sus tesis. Sólo después de ese paso el titulado podía dar por terminada su formación.

2.- Estudió en el Liceo 1 y como primera generación de niñas, celebró en 1945 los 50 años del liceo. No cursó estudios superiores no solo porque fuera una costumbre en esa época, sino porque su padre, intendente y reconocido balmacedista, tuvo que esconderse después de 1891.

3.- Amaba las herramientas. Tanto así, que a falta de homecenter, le pedía a sus hijos y nietos que le trajeran herramientas de sus viajes. El resultado fue que junto con una experimentación de gasfitería incipiente, una vez que le trataron de robar su cartera respondió con un golpe de la misma, donde desde luego, llevaba sus herramientas. El tipo cayó al piso y no se levantó más. Lo arrestaron. No necesitó de otros héroes de época.

4.- Desde finales de los 50 la carrera espacial se desató entre Estados Unidos y la URSS. El hito fundante fue el lanzamiento del sputnik, el primer satélite artificial que orbitó la tierra. Fiel a su estilo, pidió que le explicaran cómo un satélite podía salir de la tierra. Su nieta favorita, con 14 años, preparó una presentación. Al terminar, le confesaría: "Sabes hija, creo que me estoy poniendo vieja, me puse nerviosa". Tenía 77 años. Su curiosidad seguía intacta.

5.- Amaba ir al "Tea Room" del Gath y Chaves y llevaba a mi madre con ella. La tienda, punto de referencia de la moda santiaguina desde 1910 estaba en Estado con Huérfanos. Mi madre hoy trabaja a dos cuadras de ahí y recuerda esos paseos de la mano de esta señora fuerte y elegante. La ciudad es el espacio donde se sitúa la memoria personal, más allá de los hitos colectivos, una ciudad de verdad es donde están localizados los hitos emotivos de cada persona.

6.- Murió junto a mi madre, que la tomaba de la mano, en un suspiro tranquilo, en 1965. Hasta el día de hoy, la referencia elemental que tiene mi madre a la hora de emparentarse con una mujer es su abuela; curiosa, fuerte y activa. La historia en minúsculas es tan relevante, ahí uno entiende de donde proviene lo que se acunó primitivamente en cada persona, eso que llaman certezas y que están antes que las ideas.

7.- En su honor mi abuelo fundó una beca con su nombre para la mejor egresada anual del liceo 1, beca que entregó algunos años hasta que los milicos llegaron y otros (horriblemente) se fueron. En mi actual trabajo me encontré con una mujer adulta, ex embajadora y ministra, que había sido una de las beneficiadas que alcanzó a recibir esta beca. Fue muy emocionante reconocer esa raíz común, aunque entendiera que esa emoción despertaba de distintas partes; con justicia, para ella, de su historia, y para mi, que tenía de orgullo una mujer curiosa que a toda edad, preguntó y quiso saber a pesar de ponerse nerviosa.

Partes de un elogio (sin fin).

1.- El 6 de noviembre de 2017, al igual que toda la semana, mi nana consultó con su bisnieta Débora qué día era. Esperó algunas horas para no molestar y desearle feliz cumpleaños a mi madre. Mi mamá, en una corazonada, decidió llamarla. Conversaron un rato corto, íntimo, pequeño y apagado, con nada de lo que sobra después de 55 años de vida juntas.
2.- Quince minutos después de colgar llamó su bisnieta: mi nana había muerto. Y toda esa semana que había pasado preguntando qué día era parecía haber llegado a la última meta que pretendía: Decirle feliz cumpleaños a la niña que conoció de 15 y que el año pasado cumplía 70 años.
3.- Rosa Elena Muñoz Farías vivió 89 años. Se educó en un internado donde supo dos años después que su madre había muerto porque nadie le avisó. Trabajó desde los 11, tuvo tres hijos, 16 hermanos, su único hermano hombre desapareció con los milicos, no se casó nunca y desde el '64 votó por la DC porque con ellos y la organización de muchas mujeres lograron lotear unas chacras perdidas que se convertirían décadas después en Colón 9000.
4.- Odiaba cocinar. No conocí de aliños, postres, salsas ni nada que no saliera estrictamente de lo que se puede cocinar mientras se hacen otras cosas. En este caso eran bastantes, aunque elementalmente manejar “la corte de los milagros”. Ahí entre locuras poco agraciadas, a gritos algunas veces, ella destacaba por su sensatez inexpugnable. Nos dio una patria cuando mi mamá trabajaba y un regalo muy preciado: saber distinguir lo que importa.
5.- Sus tres hijos y sus tres nietos fueron parte de nosotros tres también. Sus hijos fueron al mismo liceo que las hermanas menores de mi mamá, en años donde el clasismo nacional tenía más excepciones que hoy. Así, la Yeni, la Licha y el Vito junto a la Yoana, el Gonzalo y la Daniela fueron parte elemental de nuestro abrigo familiar. Nuestra familia también.
6.- Nunca la vi llorar, salvo cuando murió la Yeni. Las dos eran tan parecidas. Chiquititas, bajo el metro 45, con ese tipo de decisión febril que hace a un país levantarse y moverse. Fue un cáncer horrible, la desfiguró, la hizo gritar de dolor. Años después un doctor dijo que ella tenía un "duelo patológico", un duelo que no lograba elaborar. Como si la pena de una pérdida tuviera alguna ingeniería por hacerse o en algún minuto médico se deba terminar.
7.- Yo no tenía idea cómo se extraña a un ser querido, porque mis muertos son algo difíciles de querer, aunque no tanto de extrañar. Extrañar sí sabía, pero querer y extrañar, no. Es rara la nostalgia, tiene como dos acciones, de ida y vuelta, como te extraño y te quiero, como voy con ven. Es un sentimiento que queda estable, pero en movimiento, porque la otra persona no cambia su condición. El tema es que queda este sentimiento de dos direcciones, como un duelo permanente. Patológico dirían por ahí.
8.- Mi hijo la recuerda poco y mi hija casi nace el día de su funeral. Se llama Elena por ella.
9.- El Mercurio no nos dejó publicar un obituario porque no éramos familia, pero qué sabe ese pasquín de pacotilla de lo que éramos y somos.
10.- Feliz cumpleaños Mamá, que felicidad poder celebrar otra año juntos, aunque sea a al distancia. Y tú, nanita, nanadre, mamadre, tantas gracias por los 37 años que me acompañaste y los 55 junto a mi mamá.


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